Cumpleaños N°22


En mi cumpleaños número veintidós no hubo torta que comiera con el amargor de tanta azúcar, ni llamas que quemasen los olvidos del pasado. Sentí que, inesperadamente, mi número favorito carecía de cualquier significado que antes identificaba al mes del calor renaciente y a los fines de ciclos evolutivos en familia. Presencié una estúpida falta de algo que aún no supe responder qué es, y el universo se lamentó por no escuchar mis tres deseos.  

Pero de repente me recordé sola en los recitales, aquellos en los que dejé mis cuerdas vocales de tanto cantar, aquellos en los que mis ligamentos pudieron soportar el peso de tantos saltos eufóricos y pisadas con puntas más filosas que cualquier guillotina de mi memoria. Me recuerdo sacándome a bailar, dándome vueltas en mi cuarto con las luces apagadas y las ganas prendidas. Y entonces sonrío y decido cantarle el feliz cumpleaños a una Rocío que crece y sigue floreciendo en cada maceta que encuentra por los senderos de su vida. Y todos los días veo cómo riega sus tierras sin dejar que se ahoguen ni que se mueran de tanta agonía.

Así que también les traigo el Sol para que la fotosíntesis me salve del río y me lanzo a encender la llama. Sé que suena triste imaginar a una chica sola por la noche y con una vela a punto de apagarse, pero es un recordatorio de todo lo que aprendí: que me tengo a mí.

Me hice amiga de mi sombra al entender que no siempre habrá luz. Y por eso, entre tanta oscuridad, sé que puedo darme el lujo de pedir los deseos sin que nadie me los tenga que aplaudir.

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